LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
Por José Luis Giménez
EL CISTER Y SAN BERNARDO DE CLARAVAL
La excesiva materialización y mundanicidad que presentaba la
Orden de Cluny, había puesto en entredicho la original pureza del monacato, tal
como se indicaba originariamente en la Regla de San Benito, motivo por el cual,
tanto Esteban Harding, a través de su carta "caritatis", como el
deseo de restablecer literalmente la Regla de San Benito, por parte de Bernardo
de Claraval, iba a dar paso a una de las órdenes monacales más importantes y
decisivas en toda Europa durante la Baja Edad Media.
Gracias a la implantación de un marcado rigorismo en la
aplicación de la Regla del Cister, tomada de la de San Benito, Harding y
Claraval, iban a devolver al monacato la pureza original que tanto se echaba en
falta en Cluny. Así, se rechazaría cualquier elemento que no estuviese recogido
explícitamente en la nueva regla, incidiendo, sobre todo, en la necesidad de
mantener una uniformidad general dentro de todos los servicios religiosos, los
horarios, la disciplina a aplicar, los libros de lectura, el régimen de comidas
y hasta el tipo del edificio, deberían mantenerse en todos los establecimientos
de la orden, a fin de evitar posibles tentaciones al relajamiento.
Bernardo de Fontaine, como así se llamaba quien después
sería San Bernardo de Claraval (en referencia a Clairvaux) nació en el año de
1090, en el seno de una familia acomodada en Borgoña, puesto que sus padres
eran los señores del castillo Fontaines-les-Dijon. Fue educado junto a sus
siete hermanos, tal como correspondía a la nobleza, seis de los cuales eran
varones y una única hembra, recibiendo una exquisita formación en la lengua del
latín, literatura y religión, lo que propició que la totalidad de los hermanos
acabasen siendo todos religiosos.
En el año de 1112 ingresa en el Monasterio del Cister,
haciéndose acompañar de un grupo de seguidores nobles que llegarían a alcanzar
la treintena, además de sus cuatro hermanos mayores y su tío (tal como
indicaría Guillermo de Saint-Thierry en su Vida de San Bernardo y Jacobo de la
Vorágine en La Leyenda Dorada). No es de extrañar pues, que el abad de
entonces, Esteban Harding, los acogiese a todos con gran alegría, intuyendo que
se trataba de una adhesión en masa a su monasterio. Poco después, ingresaría en
la orden su hermano menor Nirvardo y, al morir su madre, lo harían también su
padre y su hermana Humbelina junto a su cuñado. Esto nos da una idea de la gran
capacidad de influencia que ejercía Bernardo sobre sus más allegados, lo que se
traducía en un elevado grado de adhesión a su persona, tal como dejó demostrado
seis meses antes de entrar en la orden del Cister junto con sus seguidores, a
los que mantuvo emplazados junto a él durante varias semanas, tiempo que
invirtió en conseguir la fidelidad personal de todos sus acompañantes, llegando
incluso a someterlos a todo tipo de pruebas que demostrasen su lealtad a su
persona y no a la Orden a la que iban a pertenecer, puesto que todo esto fue
llevado a cabo seis meses antes de ingresar en el convento del Cister.
Esta situación nos hace pensar que quizás Bernardo ya tenía
un objetivo marcado antes de ingresar en la Orden, puesto que se hizo acompañar
de las personas adecuadas para alcanzar su objetivo. Cuando repasamos la
historia y vemos el comportamiento que tuvieron en los años siguientes al
ingreso en el Cister, llevando a cabo diversas actividades secretas, tanto
dentro, como fuera de la Orden, parece que la duda se disipa.
Tal como era previsible, la llegada masiva del clan de los
Fontaine (la familia y amigos de Bernardo) iba a resultar conflictiva para el
abad Esteban Harding, ya que la excesiva influencia de los Fontaine era de
sobras conocida en la comunidad, lo que unido a que eran mayoría en el
monasterio del Cister, ya que cuando ingresaron Bernardo y los suyos, apenas
había un puñado de monjes, iba provocar una situación que desataría lo
inevitable. Pero la solución llegaría poco después, a través de la generosidad
del conde Hugo I de Champaña, quien iba a jugar un papel muy importante en la
fundación de la nueva Orden de los Caballeros del Temple. El conde Hugo I, donó
los terrenos que poseía en Clairvaux, lugar cercano a Dijon, al norte de Lyon,
para que Bernardo pudiera establecer allí su propio monasterio. Es así como a
partir de entonces, Bernardo de Fontaine, pasará a conocerse como el célebre
Bernardo de Claraval (de Clairvaux).
Tres años después del ingreso de Bernardo de Claraval en el
Cister (1115), la Orden contaba tan sólo con cuatro abadías, en cambio, a la
muerte de Bernardo de Claraval en el 1153, estas cuatro abadías pasaron a ser
más de 350, de las que 69 era filiales directas de Claraval, fundadas
directamente por Bernardo y levantadas con la ayuda de sus familiares y amigos
de la nobleza.
La Orden del Cister se caracterizaría por la continua construcción
de templos y monasterios dedicados a "Nuestra Señora" por casi toda
Europa, así como entonar el "Salve Regina" al dar por finalizada la
jornada, tal como era preceptivo en la Orden. Esta situación hizo que la
Iglesia viera a Bernardo de Claraval como el iniciador y promotor oficial del
culto a María, si bien, algunos autores vieron en este culto a María una
advocación muy diferente a la aparente, ya que no se referiría a María la
Virgen, sino a María Magdalena.
LA FUNDACIÓN DE LA ORDEN DEL TEMPLE
SAN BERNARDO DE CLARAVAL Y LA ORDEN DE LOS CABALLEROS
TEMPLARIOS
Tras la primera cruzada, culminada con la conquista de
Jerusalén en el año de 1099, pasarían a constituirse principados latinos por la
zona, como fueron los Condados de Edesa y Tripoli, el Principado de Antioquía y
el Reino de Jerusalén, donde Balduino iba a gobernar como rey.
Según cuentan las crónicas, en el año de 1118, el rey de
Jerusalén, Balduino II, daría la bienvenida a un grupo de nueve caballeros
franceses, comandados por el noble Hugo de Payens (Payns), quien se ofrecería
al soberano para proteger a los peregrinos que acudiesen a Tierra Santa.
Entre los componentes del grupo, se encontraba el que fuese
tan generoso con Bernardo de Claraval, al donarle las tierras de Clairvaux para
levantar su propio monasterio; nos referimos, por supuesto, al conde Hugo I de
Champaña. También le acompañaba el tío de Bernardo, André de Montbard, quien
más adelante jugaría un importante papel en la Orden, llegando a ser Gran
Maestre de la misma en el año 1153, coincidiendo con el año de la muerte de
Bernardo de Claraval.
Fue en dicha fecha del 1118 cuando se produciría la
fundación de la "Orden del Temple" y que, en un principio, fue
conocida como la "Orden de los Pobres Caballeros de Cristo" (Pauperes
Conmilitones Christi), aunque más tarde, pasarían a ser conocidos comúnmente
como "Caballeros Templarios o Caballeros del Templo de Salomón"
(Milites Templi Salomonis), una vez que fueron instalados en las dependencias
del antiguo templo de Salomón en Jerusalén y cuyo lema sería: "Non nobis,
Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no
para nosotros, sino en tu nombre danos Gloria). La denominación más actual y
extendida de "Orden del Temple" se produce a través de la traducción
del latín al francés. La identidad de los nueve caballeros franceses fundadores
de la orden del Temple era la siguiente:
- Hugo de Payens
- Geoffroy de Saint-Omer
- André de Montbard
- Archambaut de Saint-Amand
- Payen de Montdidier
- Geoffroi Bisot
- Gondemar
- Hugo Rigaud
- Roland
San Bernardo de Claraval Caballero templario
No obstante, la identidad de los caballeros que componían la
expedición, daría lugar a especular con otros motivos distintos a los
manifestados por Hugo de Payens, ya que resultaba demasiado casual que, algunos
de los componentes, fuesen familiares o íntimos amigos de Bernardo de Claraval,
tal como se ha indicado anteriormente.
Para corroborar esta hipótesis, existen unos documentos muy
interesantes, procedentes de unos archivos de la Orden del Temple, que fueron
encontrados en el Principado de Seborga, un minúsculo país de unos 14 Kms.
cuadrados, situado en el noroeste de Italia, en la región de Liguria, y en
donde se relaciona directamente a Bernardo de Claraval con la fundación de la
Orden del Temple.
De acuerdo a dichos documentos, Bernardo de Claraval, en el
año 1113, habría fundado un monasterio en Seborga, con el propósito de
preservar en su interior un "gran secreto", el cual no es
especificado. Bernardo dejó como guardianes del secreto a los monjes Gondemar y
Rossal, dos frailes que pertenecían al clan de los Fontaine, y que habían
ingresado con él en el Cister.
Posteriormente, en el año 1117, Bernardo de Claraval,
regresa al monasterio de Seborga y libera de sus votos a los dos frailes, a la
vez que les encomienda un nuevo destino: viajarían a Tierra Santa, en compañía
de siete caballeros más. Los nombres de dichos caballeros eran:
- André de Montbard (tío de Bernardo de Claraval).
- El conde Hugo I de Champaña (quien le donó las tierras de
Clairvaux).
- Hugo de Payens (quien sería el primer Maestre de la
orden).
- Payen de Montdidier.
- Geoffroi de Saint-Omer.
- Archambaud de Saint-Amand
- Geoffroi Bisot
Como puede comprobarse, la mayoría de los nombres que
aparecen en dichos documentos, coinciden con los nombres citados en los
documentos que hacen referencia al grupo que acudió a Jerusalén y fundó la
Orden del Temple en 1118. ¿Casualidad?
Pero estas, no iban a ser las únicas y "extrañas
casualidades" que mostrarían una implicación de Bernardo de Claraval con
la Orden del Temple y sus secretos.
Puestos a buscar otras extrañas relaciones o implicaciones
entre Bernardo y la Orden del Temple, no podíamos dejar pasar por alto la
actitud del rey Balduino para con los nueve caballeros del Temple.
Efectivamente, la donación realizada por el rey Balduino de Jerusalén, a la
nueva Orden del Temple, en lo que sería la sede de la Orden, se correspondería
con una zona excesivamente amplia para ser ocupada por tan sólo nueve
caballeros, ya que en dicho lugar, donde anteriormente estuvo enclavado el
Templo de Salomón (de ahí el nombre de la Orden), había espacio suficiente para
acoger a varios miles de hombres, si bien ahora, ocuparían el edificio conocido
como la mezquita blanca de Al-Aqsa, ubicada en el monte del Templo y que se
correspondería tan sólo con lo que fuese el atrio del Templo. Pero el misterio
iba a ir en aumento.
Así, lo que en un principio parecía que se trataba de una
orden de caballería destinada a salvaguardar los caminos a Tierra Santa y a los
peregrinos que allí acudían, según algunos autores han desarrollado, se adoptó
una postura un tanto extraña, ya que lejos de aumentar el número de miembros en
la orden, como sería lógico, debido al gran territorio a cubrir, los Caballeros
Templarios, no admitieron a nadie más en la nueva Orden durante los primeros
nueve años de existencia de la misma. De ser cierto, ¿qué oscuros motivos
tuvieron los Templarios para actuar así?
Según algunas especulaciones, parece ser que, durante dicho
espacio de tiempo, los Caballeros Templarios estuvieron ocupados en llevar a
cabo ciertas excavaciones secretas en las caballerizas del Templo donde, según
estas mismas fuentes, habrían buscado el Arca de la Alianza.
A pesar de que la Orden del Temple estaba reconocida por el
rey Balduino y asentada en Jerusalén desde hacía nueve años, en 1127, el
Maestre Hugo de Payens, decide viajar hasta Roma, con el objetivo de que la
Orden sea aprobada oficial y definitivamente por el Papa Honorio II, y a fin de
que fuese contemplada también como orden militar de pleno derecho. Para ello,
el rey Balduino de Jerusalén, envía una misiva a Bernardo el abad de Claraval,
quien mantenía una buena relación con el Sumo Pontífice, solicitándole que
favoreciera al primer Maestre de la Orden ante la Iglesia.
Cuando repasamos todo lo acontecido hasta ahora, con
respecto a la relación o vinculación de Bernardo de Claraval con la Orden del
Temple, no podemos por menos que intuir una relación muy directa, si bien
resulta un tanto oculta, sobre todo, en los aspectos de índole esotéricos e
iniciáticos. Un aspecto que se abordará más adelante, pero que, ahora, no puede
pasar desapercibido, por cuanto, después de todas las maniobras que hemos visto
que Bernardo llevó a cabo, para conseguir sus objetivos con respecto a la Orden
del Temple, fuese necesaria una carta del rey Balduino de Jerusalén,
solicitándole su apoyo ante la Iglesia. ¿Realmente era necesaria esa carta de
petición de ayuda, o se trataba simplemente de la excusa que justificase la
defensa de la Orden del Temple, por Bernardo de Claraval ante la Iglesia?
Sea como fuere, lo cierto es que Bernardo de Claraval,
utilizó todos los medios a su alcance, hasta conseguir que se convocase el
Concilio de Troyes, el cual tendría lugar el día de la fiesta de San Hilario
del año 1128 (tal como indicaba literalmente, el prólogo de la Regla del
Temple), en la ciudad francesa del mismo nombre, la cual demás era sede de la
corte del condado de Champagne, con la finalidad de que en dicho concilio fuese
aprobada definitivamente la Orden de los Caballeros Templarios.
Al Concilio de Troyes, el cual estaba presidido por el
cardenal y legado papal, Mateo de Albano, acudieron gran cantidad de prelados
franceses, asistiendo entre otros: dos arzobispos, diez obispos y siete abades (entre
los que se encontraría el abad de la casa matriz del Cister: Esteban Harding),
así como una variada representación de personajes eclesiásticos y miembros de
la nobleza.
Gracias a las muchas influencias con que contaba Bernardo de
Claraval (no olvidemos que se encontraba en los dominios del Conde Hugo de
Champañe), y a pesar de que se entablaron diversas discusiones, el hecho de
saber exponer con acierto los principios y primeros servicios de la Orden del
Temple, respondiendo acertadamente a todas las preguntas que le dirigieron,
hizo que al cabo de varias semanas de deliberaciones, la Orden del temple fuese
aprobada oficialmente con gran entusiasmo por dicho Concilio de Troyes, a la
vez que Hugo de Payens fuera nombrado Gran Maestre de la Orden. Se solicitó
también, para la nueva Orden, la ayuda y colaboración de todos los nobles y
príncipes que asistieron al Concilio, encargándosele a Bernardo de Claraval la
tarea de redactar una regla original para la Orden de los Caballeros
Templarios.
Bernardo de Claraval tenía muy claro cuál iba a ser la regla
que adaptaría a la Orden del Temple y así, utilizó la férrea Regla del Cister,
la cual sería adaptada a la nueva Orden militar, con el fin de organizar su
vida monacal. En este sentido, los Caballeros Templarios, como monjes de pleno
derecho, deberían pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia,
añadiéndole además un cuarto voto, en el que se comprometían a contribuir en la
conquista y la conservación de Tierra Santa, llegándose a dar la vida si fuera
necesario.
Un hecho acontecido en dicho Concilio y que no puede pasar
desapercibido, sería el que hacía referencia al "secreto" contado por
el Caballero Hugo de Payens, el cual sólo sería conocido por el Papa Honorio II
y el Patriarca de Jerusalén (además de Bernardo de Claraval, por supuesto), lo
cual, nos da una idea de cuales debieron ser los verdaderos motivos que
llevaron a aprobar la Orden militar por la Iglesia. En el apartado nº 4 del
prólogo de la Regla del Temple, podemos leer:
"4. Y todo lo que aconteció en aquel Consejo no puede
ser contado ni recontado; y para que no sea tomado a la ligera por nosotros,
sino considerado con sabia prudencia, lo dejamos a discreción de ambos nuestro
honorable padre el Señor Honorio y del noble Patriarca de Jerusalén, Esteban,
quien conoce los problemas del Este y de los Pobres Caballeros de Cristo; por
consejo del concilio común lo aprobamos unánimemente. Aunque un gran número de
padres religiosos reunidos en capítulo aprobó la veracidad de nuestras palabras,
sin embargo, no debemos silenciar los verdaderos pronunciamientos y juicios que
emitieron." (Tomado de La Regla Primitiva de los Templarios Trad.
Montserrat Robrenyo, Barcelona, 2000).
Así pues, queda claro que, la necesidad de que la Orden del
Temple fuese aprobada oficialmente por la Iglesia, obedecía más a otros
intereses ocultos, que al de ser una orden militar creada para proteger a los
peregrinos de Tierra Santa, máxime cuando, desde hacía varios años atrás, ya
existían otras órdenes que se encargaban de ello, como la Orden Hospitalaria de
San Juan de Jerusalén, que más tarde pasó a llamarse de San Juan de Malta,
debido a ser trasladada su sede a la isla de Malta por el rey Carlos I en el
año de 1530.
LA ORDEN DEL TEMPLE Y EL CULTO A LAS VÍRGENES NEGRAS
San Bernardo y María Magdalena
Tras repasar lo acontecimientos, existen fundadas evidencias
para creer que Bernardo de Claraval compartiría los enigmáticos conocimientos
de los Caballeros Templarios, ya que ha quedado claramente establecida su
vinculación con la Orden del Temple, de la que no se habría limitado únicamente
a ser su promotor.
Un punto en común entre la Orden del Temple y San Bernardo
de Claraval, de gran importancia para comprender mejor el vínculo existente
entre ambas partes, sería la construcción de infinidad templos, catedrales y
abadías; todas ellas, dedicadas a "Nuestra Señora", una advocación un
tanto ambigua que, según diversos autores, en realidad se estaría refiriendo a
María Magdalena. Pero, ¿Qué evidencias podemos encontrar de todo esto?
A pesar de la aparente devoción a la Virgen María, que
surgiese en las diferentes catedrales templarias, lo cierto es que en casi
todas ellas, siempre aparecía la figura de María Magdalena en un lugar
destacado, mostrándose en todo momento un empeño especial en resaltar la
importancia de la casa de María Magdalena, tal como hiciera el propio Bernardo
de Claraval en sus discursos a los monjes cistercienses, a los Caballeros
Templarios o a los "Hijos de Salomón", una cofradía de canteros
encargados de la construcción de las catedrales góticas, a los que exigía el
mayor respeto para la casa de Betania, la casa de Marta y María.
Otro dato significativo, lo encontraríamos cuando Bernardo
de Claraval hace el llamamiento a la segunda cruzada, desde la iglesia de Santa
María Magdalena, en Vézelay, en unos términos que pudieran dar a entender que
se estaba reclamando de forma simbólica las tierras que, en otro tiempo,
habrían correspondido a la estirpe sagrada de María Magdalena; añadiendo a todo
ello, la circunstancia de que los restos mortales de la santa, se encontraban
supuestamente custodiados en dicho templo, ya que no sería hasta el año de 1279
en que, el príncipe de Salerno, Carlos II de Anjou, "descubriría" los
restos de María Magdalena en la cripta de Saint Maximin.
Esta devoción manifiesta de Bernardo de Claraval por María
Magdalena, estaría vinculada con el culto a las vírgenes negras, el cual
procedía originariamente de las antiguas tradiciones gnósticas.
Pero para comprender mejor lo ocurrido, deberemos volver a
recordar, tal como hemos visto anteriormente, como los Caballeros del Temple,
al parecer, descubren algún tipo de secreto en los subterráneos excavados en
las caballerizas del Templo de Salomón, del que solamente hacen participes al
Papa Honorio II, al Patriarca de Jerusalén y al propio San Bernardo de
Claraval, tal como se recogería en el prólogo de la Regla de la Orden y que
hacía referencia a lo sucedido durante el Concilio de Troyes.
Lo hallado en dichas excavaciones, o quizás la información
que ya conocía Bernardo de Claraval, lleva a los Caballeros Templarios a viajar
hasta Egipto, en concreto y sobre todo, al templo de la diosa egipcia Isis -
principio femenino de la fertilidad y del conocimiento - en la isla de Philae,
de donde iban a obtener los conocimientos o información que estaban buscando.
Es a partir de entonces que se produce un culto a la Virgen Negra, donde se
representa la imagen de la diosa Isis amamantando a su hijo Horus, como símbolo
de la transformación del conocimiento trascendental y esotérico, el cual es
transmitido a través de la leche materna de la diosa, y que, en la doctrina
católica, sería reconvertido en las diferentes imágenes de las vírgenes con
niño.
Prueba de la advocación a las vírgenes negras por parte de
los Caballeros Templarios, podemos hallarla en casi todos los templos y
catedrales que fueron construidas por éstos, donde la referencia a
"Nuestra Señora" o "Notre Dame" en realidad era realizada
para referirse a María Magdalena, tal como han apuntado diversos autores e
historiadores.
El esoterismo practicado por San Bernardo de Claraval,
podemos encontrarlo en las continuas alusiones que Bernardo hacía al
"Cantar de los Cantares", donde de una forma críptica y sutil, se
refería a María Magdalena, aludiendo al amor entre los esposos, aun tratándose
de un texto polémico y difícil de comentar para la Iglesia.
Los Caballeros Templarios conocían la importancia de los
lugares que anteriormente ya habían sido utilizados por otras culturas
primitivas, como centros de cultos paganos a la Gran Diosa Madre, tal como
ocurriese con los celtas, por lo que, al aparecer en dichos lugares alguna
imagen de una virgen negra, solían construir un templo de culto en el mismo
lugar donde hubiese sido hallada la mencionada imagen.
La diosa Isis, simbolizaría a las tierras de Egipto, negras
y fértiles, las cuales son bañadas por el Nilo, ya que, al desbordarse el
mismo, tal como ocurría anualmente en las crecidas del río sagrado, y tras
volver las aguas a su cauce, las tierras se ennegrecían gracias a los aportes
de los limos (fangos y sedimentos) que las aguas habían dejado, fecundándola y
haciéndola apta para la siembra.
Los Caballeros Templarios veían así a la Gran Diosa Isis
como la semilla de vida, tal como desde siempre la habían venerado los
egipcios. Pero la causa real de esta profunda creencia adoptada por el Temple,
quizás subyace en otra realidad mucho más trascendente.
La estancia de los Caballeros Templarios en Tierra Santa,
fue lo suficientemente larga como para que se produjera una cierta influencia
recíproca entre éstos y la cultura islámica. Tal es así que, algunos
musulmanes, llegaron a integrarse en la Orden del Temple, mientras que los
propios templarios profundizaban en el conocimiento de la cultura Islámica. El
Temple, también se fue interesando por otras culturas y sociedades herméticas,
hebreas, gnósticas o sufistas, lo que les llevó a absorber e influenciarse de
otras corrientes, que hicieron que la Orden del Temple tuviese la idea de
retornar a un origen religioso único, donde fuera posible la armonización y
sincretismo de otras culturas religiosas y esotéricas, lo que evidentemente,
suponía un alejamiento de la Iglesia Católica.
Es por ello que, sabedores de que el retorno a los antiguos
rituales hacia la Tierra, como Madre Creadora de Vida y la adoración a deidades
paganas, podría suponer un grave conflicto y enfrentamiento con la Iglesia
Católica, deciden utilizar la figura de "Nuestra Señora" para
referirse a la Diosa Madre y camuflarla bajo la imagen de una virgen negra, a
la vez que dicha imagen es asociada con María Magdalena, precisamente la misma
María Magdalena que la leyenda había identificado como la madre de la descendencia
de Jesús.
Otro hecho que nos muestra el simbolismo iniciático
representado por San Bernardo de Claraval, lo podemos encontrar en los
diferentes retablos existentes conocidos como "Lactación de San
Bernardo" (la lactatio), donde se puede observar a un San Bernardo
arrodillado, a los pies de una Madona que sostiene al niño en brazos, mientras
que, desde el seno desnudo de la Virgen, surge un chorro de leche que va a
parar directamente a la boca del Santo.
Como hemos podido comprobar, por la imagen anterior donde
podemos observar a la diosa Isis amamantando a Horus, esta imagen de San
Bernardo, viene a simbolizar la transmisión de conocimientos esotéricos, por lo
que queda claro que esta imagen, que no en vano suelen encontrarse en capillas
pertenecientes al Temple, viene a representar a San Bernardo como un iniciado
en la sabiduría esotérica.
La Orden del Temple iba a transformar toda Europa, pasando
de ser una pequeña organización religiosa, sin apenas recursos, a ser la Orden
religiosa y de caballería más poderosa de toda Europa durante la Edad Media.
Pero este, es otro tema que será abordado más adelante.
Templo de Isis. A ambos lados de la puerta de entrada,
pueden observarse sendas cruces templarias, como otras muchas más que grabarían
en diversos lugares del templo y que dejarían constancia de la estancia de los
Caballeros Templarios en el mismo. Fotografía cedida por Manuel J.
Delgado
La Diosa Isis, amamantando a su hijo Horus. (Fot. cedida por
Manuel J. Delgado) Lactancia de San Bernardo, de Alonso Cano
(1556-60)
El secreto de Tomar
(El último refugio de los caballeros templarios)
Sello templario
Cuando el viernes 13 de octubre del 1307, el rey francés
Philippe IV -Le Bel- (Felipe IV el Hermoso), decide asestar el golpe definitivo
a la Orden del Temple -La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes
commilitones Christi Templique Solomonici)-, comúnmente conocida como los
Caballeros Templarios, poco podía imaginarse que, sus oscuras intenciones, eran
de sobras conocidas por los grandes maestres de la Orden, ya que no en vano,
los servicios secretos de los caballeros templarios, hacía días que habían
interceptado las órdenes dadas por el rey francés, en las que se indicaban
expresamente el día 13 de octubre de 1307 como la fecha en que debería actuarse
conjuntamente en toda Francia, arrestando a los maestres y caballeros de la
Orden.
A nadie se le escapaba que el rey francés no podía hacer
frente a la inmensa deuda contraída con la Orden de los caballeros templarios
-sobre todo, a raíz del rescate que tuvo que satisfacer su abuelo, el rey Luis
IX (San Luis), a las huestes sarracenas, tras ser hecho prisionero en Egipto
durante la sexta cruzada- a quienes les solicitó financiar íntegramente el pago
del rescate, con cargo a las arcas de la Orden templaria.
El jueves 12 de octubre -un día antes del arresto del Gran
Maestre-, Jacques De Molay, asiste al funeral de la cuñada del rey Felipe IV,
Catherine de Coourtenay, formando parte de la comitiva que transportaría el
féretro de quien fuese la esposa de Carlos de Valois. Tras sendos y efusivos
saludos, entre el astuto y codicioso rey francés y el Gran Maestre de la Orden
templaria, nadie ajeno a las oscuras maniobras del monarca, podría sospechar
cuales eran los planes inmediatos de Felipe IV.
Pero la sorpresa estaba aún por llegar… cuando en la mañana
del viernes 13 de octubre, Jacques De Molay, junto a otros tres maestres más de
la Orden, fueron arrestados por los soldados del rey, acusados de herejía,
haciendo caso omiso a las indicaciones del Papa Clemente V -un títere impuesto
por el mismo rey Felipe IV- quien había sido encumbrado al trono de San Pedro
por medio de las maléficas artes del monarca francés, tras la más que extraña y
súbita muerte del Sumo Pontifice antecesor, el Papa Bonifacio VIII.
Papa Clemente V Felipe IV
El hermoso
Clemente V, -Papa francés de nombre Bernat de Got y anterior
arzobispo de Burdeos- había dado instrucciones expresas a Felipe IV de no
efectuar acción alguna contra los caballeros templarios, mientras él mismo no
se encontrara en condiciones de hacerlo, debido sobre todo, al cáncer de píloro
que le afectaba. Pero esta situación de enfermedad del Papa, le era muy
propicia al rey francés, ya que podría juzgar directamente de herejía a los
caballeros templarios, sin necesidad de esperar el beneplácito de Clemente V,
quien por otro lado, nunca se opuso abiertamente a la detención de los maestres
de la Orden, a pesar de que éstos dependiesen directa y jerárquicamente del
propio Papa.
El Gran Maestre de la Orden, Jacques De Molay, junto con
otros caballeros y maestres más, permanecieron encarcelados durante siete años,
siendo objeto de todo tipo de acusaciones y torturas, con el único fin de que
confesasen su culpabilidad como herejes.
El 18 de marzo del 1314, tras proclamar públicamente la
inocencia de la Orden del Temple, así como haber sido sometido a torturas para
sonsacarle la confesión que deseaban los esbirros reales. Jacques De Molay
sería quemado vivo en la hoguera junto al Maestre de Normandía, Geoffroy de
Carney, en un islote existente en el río Sena, situado entre los jardines del
monarca y la iglesia de San Agustín. Se dice que el rey mandó quemarlos con
troncos de madera que aún estuviesen verdes, con el propósito de hacerles
sufrir más, al tardar más tiempo en morir quemados. Otra leyenda o profecía que
no ha podido ser confirmada, si bien se cumplió exactamente tal como es
contada, dice que, antes de morir, el Gran Maestre Jacques De Molay, maldijo al
rey Felipe y al Papa Clemente -responsables de la eliminación de la Orden del
Temple- a presentarse ante Dios para ser juzgados en el plazo de menos de 40
días para el caso del Papa Clemente V y de menos de un año para el rey Felipe
IV.
Fuese verdadera o no dicha maldición, lo cierto es que el
Papa Clemente V moriría en la noche del 19 de abril del 1314 (32 días después),
a causa de unas terribles diarreas, posiblemente como consecuencia del cáncer
de píloro que padecía. Por si esto fuera poco, durante el velatorio del
cadáver, y debido al fuerte olor nauseabundo que despedía, éste fue abandonado
por sus sirvientes, dejándolo solo y completamente desnudo durante toda la noche,
sin poder evitar que una vela cayese sobre el catafalco, provocando la casi
total calcinación del cadáver.
Al rey Felipe IV el hermoso, la maldición tampoco iba a
pasarle de largo. Efectivamente, tal como había profetizado Jacques De Molay,
el 29 de septiembre de 1314 (195 días después), y como consecuencia de un
fuerte golpe recibido en la cabeza, con la rama de un árbol que le hizo caer de
su caballo mientras cazaba en los bosques de Fontainebleau, moriría a causa de
las graves heridas sufridas, las cuales le causarían gran dolor hasta el último
momento de su óbito. El fuerte y nauseabundo olor que desprendían sus llagas,
impedían que fuera posible acercarse hasta su lecho de muerte, sin sentir
repugnancia.
Los caballeros templarios pasarían a formar parte de nuevas
órdenes. Así, en España, pasarían a formar parte de la nueva Orden de Montesa,
creada a tal efecto por el rey Jaume II de la Corona de Aragón. En Finlandia,
pasarían a llamarse Orden de San Andrés y en Portugal vendrían a reconvertirse
en La Orden de Cristo.
Pero con la disolución de la Orden del Temple, llevaba a
cabo por el Papa Clemente V a través de un decreto apostólico, mediante la bula
Vox Clamantis, del 22 de marzo de 1312, no se iba a acabar con la Orden de los
caballeros templarios.
Es precisamente en Portugal, y en concreto en el pueblecito
de Tomar, donde los caballeros templarios iban a obtener el último de sus
refugios. Pero antes de pasar a tratar el asunto de Tomar, cabe destacar la
existencia de un documento que ha permanecido oculto a ojos profanos del
Vaticano durante casi 700 años. Nos estamos refiriendo al Pergamino de Chinon.
El pergamino de Chinon
El Pergamino de Chinon fue manuscrito por el mismísimo
Clemente V, durante el periodo que va desde el 17 al 20 de agosto del 1308. En
dicho pergamino, se puede leer como el Papa Clemente V absuelve de todos los
cargos al gran Maestre de la Orden del Temple Jacques De Molay, así como a
otros miembros de la Orden, indicando que los líderes templarios deben ser
reintegrados a la comunión (ya que fueron excomulgados) y a poder recibir los
sacramentos.
Quedaba claro pues, que la disolución de la Orden del Temple
obedecía únicamente a los intereses del monarca francés, obsesionado por
apropiarse de todos los bienes de la Orden, así como cancelar la deuda
pendiente con la misma, acogiéndose a una corrupta ley que le permitiría
cancelar las deudas contraídas con todos aquellos que fuesen declarados herejes
(en este caso cancelando la inmensa deuda contraída con la Orden del Temple).
Obligando a actuar al Papa Clemente V como la marioneta que siempre demostró
ser en sus manos.
Como era de esperar, tras los correspondientes
interrogatorios por parte de la Santa Inquisición, gran parte de los caballeros
templarios mueren durante las torturas sufridas en los interrogatorios, y los
que consiguen sobrevivir, lo hacen gracias a delatarse mutuamente como
integrantes de la Orden, e inculparse de los hechos que los inquisidores les
imputan so pena de morir en la tortura.
A pesar de una inicial resistencia, el Papa Clemente V acaba
por ceder al chantaje y los deseos de Felipe IV el Hermoso y emite la
bula Pastoralis Praeminentiae, con la que ordena a todos los reyes y
príncipes cristianos de Europa a que procedan a la detención y arresto de los
caballeros templarios, acusándolos de apostasía, ultraje a Cristo, ritos
obscenos, sodomía (homosexualidad) e idolatría.
Tal como ya se mencionó anteriormente, los caballeros
templarios que consiguen escapar de la Santa Inquisición y del acoso del rey
francés, lo hacen integrándose en otras órdenes de otros países como España,
Finlandia o Portugal. En España, pasarían a formar parte de la nueva Orden de
Montesa, creada a tal efecto por el rey Jaume II de la Corona de Aragón. En
Finlandia, pasarían a llamarse Orden de San Andrés y en Portugal vendrían a
reconvertirse en La Orden de Cristo.
Tomar - vista general sobre el río Nabäo y el puente
romano a la izquierda
Es en Portugal, y en concreto en el municipio de Tomar (la
ciudad templaria por excelencia), atravesada por el río Nabäo, y situada en el
centro del país luso, a unos 100 kms. al noreste de Lisboa, y a otros 100 kms.
de la frontera con España, donde los caballeros templarios van a obtener una
importancia capital. Desde el año de 1159, la ciudad de Tomar pasó a formar
parte de los bienes de la Orden del Temple, gracias a la cesión que hizo del
lugar a dicha orden el rey luso Alfonso I.
Fue entonces cuando el monarca cede el castillo de Ceres a
la Orden. En el 1160, el Gran Maestre de la Orden; Gualdim Pais, ordena
construir el castillo de Tomar, lugar emblemático que posteriormente va a
adquirir una capital importancia, así como la parte del convento conocido como
"La Charola", una especie de templo circular, cuyo estilo es
influenciado por los modelos religiosos y arquitectónicos de Jerusalén en la
época de las cruzadas, imitando especialmente al Templo de la Roca de la Ciudad
Santa.
Entrada al convento del Santo Cristo en Tomar
Cuando en 1312 la Orden del Temple es suprimida y
posteriormente en el 1314, el Gran Maestre Jacques de Molay es ejecutado a
morir quemado vivo en la hoguera, en Portugal, el rey Don Dinis, procede a
reconvertir la Orden del temple en la Orden de Cristo. Concretamente en Tomar,
se llevaría a cabo una de las mayores y más espectaculares construcciones
templarias, así como las transformaciones posteriores que fueron realizándose,
y que abarcarían el espacio de tiempo que va desde principios del siglo XII
hasta finales del siglo XVII.
Si bien con posterioridad, durante el siglo XIX, sufriría
cambios importantes, -sobre todo- como consecuencia de la extinción de las
órdenes religiosas. Nos referimos al convento-fortaleza del Santo Cristo,
actualmente declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1983.
Este nuevo convento del Santo Cristo, no iba a tratarse de
un templo más de factura templaria, así como sus actividades tampoco estarían
completamente dedicadas a la contemplación. Fue a través del convento-fortaleza
de Cristo que se iniciaron las mayores expediciones al nuevo continente, es
decir, a América. Prueba de todo ello fueron las cruces de cristo con que adornaron
las velas de las tres carabelas que llevó Colón hasta América. Nada era casual.
La visita al convento-fortaleza del Santo Cristo resultaba pues imprescindible
para mis investigaciones, y así, decidí adentrarme en sus más recónditas
dependencias y en sus recovecos pasadizos "secretos". La mala
fortuna, o quizás la intencionada situación en la que se encontraban algunas de
las dependencias que mayor interés me ofrecían, permanecían cerradas al público
y en algunos casos, incluso de encontraban inundadas de agua, lo que hacía
imposible su acceso.
No obstante, pude
conseguir hacer algunas fotografías del interior de dichas estancias que se
encontraban completamente inundadas y en total oscuridad, y que, con toda
probabilidad, ocultaban e impedían el acceso a otras dependencias cuyo
contenido podría resultar embarazoso de explicar.
Escaleras de caracol de acceso al claustro
Durante los siglos que van del XIII al XVI iba a construirse
en Tomar, sino la más importante de las iglesias templarias del lugar, si la
que sería la matriz de todas las iglesias de la época del descubrimiento,
siendo considerada como "nullius diócesis", es decir, con
jurisdicción propia e independiente; que no pertenecería a diócesis alguna.
Esta iglesia no sería otra que la "Igreja de Santa María do Olival"
(Santa María del Olivar) donde las evidencias encontradas, iban a proporcionar
una información muy valiosa sobre las creencias y doctrina de los caballeros
templarios.
Vista general del claustro principal
Columna central (palmera) de la iglesia circular (La
Charola)
Iglesia de Santa María dos Olivais
Nave central iglesia Sta. Maria Olivais - estrella de
Salomón (5 puntas sobre el altar mayor)
Es así como al penetrar en dicha iglesia, lo primero que me
asaltó mi curiosidad fue el observar como la entrada a la misma se encontraba
por debajo del nivel del suelo: en concreto había que descender ocho (8)
escalones. Algo totalmente inusual para un templo cristiano.
Pero el número 8 (ocho) no iba a encontrarse únicamente en
los escalones de acceso a la iglesia, sino que aparecería en las ocho columnas
octogonales que contiene la nave central del templo.
Por si esto fuera poco, el número 8, aparecía en varias
losas o lápidas existentes en el suelo de la iglesia, pero en esta ocasión en
sentido transversal, es decir, conformando el símbolo del infinito.
Como es lógico adivinar, el número 8 tenía mucho que ver en
las creencias o doctrinas de los caballeros templarios, pero esto no terminaba
aquí. Al observar con atención las diferentes figuras que aparecían en el
templo, mi sorpresa se fue agrandando.
Acceso al interior de la iglesia - 8 escalones hacia
abajo
En primer lugar, no podía pasar desapercibida la estrella de
Salomón (de cinco puntas) que aparece encima del altar mayor, la misma forma
elegida por Leonardo Da Vinci para dibujar al famoso hombre de Vitruvio. ¿Una
extraña casualidad, o simbolizaba algo mucho más esotérico?
Como era de imaginar,
nada obedecía a la casualidad y así, al conversar con el encargado de la
vigilancia y custodia del lugar (Sr. Antonio Rebelo), éste me indicaría otras
tantas evidencias y extrañas causalidades existentes en aquel templo.
Ampliación de la estrella de Salomón - 5 puntas
Así, por ejemplo; me mostraría el cuadro titulado "de
Pentecostés", en el que aparece el Espíritu Santo descendiendo sobre
¡dieciséis apóstoles! Mientras que aparecen 17 lenguas de fuego sobre las
cabezas de cada uno de ellos.
¿Dónde está el apóstol número 17, acaso aún no ha nacido y
se encuentra en el vientre de su madre? Así mismo, aparecen varias mujeres,
entre las que cabe destacar la posiblemente preferencia de María
Magdalena.
Cuadro de Pentecostés (ver 4 dedos en el pie y 6 dedos
en la mano - 17 lenguas de fuego y sólo 16 apóstoles)
Mosaico que nos muestra Antonio Rebelo, cuya imagen se
transforma en una cruz templaria al visionarlo desde cierta distancia
Pero si esto ya de por sí aparecía demasiado extraño, ahora
resulta que los pies del apóstol representado en primer término y que
posiblemente sea representado como San Pedro, ¡solamente posee cuatro dedos en
el pie, mientras que en la mano aparece tener seis dedos! ¿Qué está queriendo
decir el autor del retablo?
Pero, aunque todo esto ya de por sí suponga un extraño
enigma, el misterio no ha hecho más que empezar… En una de las capillas
adyacentes, podemos encontrar a una extraña figura: se trata de Santa Ana, (la
madre de María, madre de Jesús), quien lleva en brazos a la Virgen María y ésta
a su vez al niño Jesús ¿otra extraña incongruencia?
Pero sigamos con los misterios… en otra capilla anexa, encontramos
una loseta o mosaico que a simple vista no parece ser más que un simple dibujo
de adorno… pero al contemplar dicho mosaico a cierta distancia, aparece
perfectamente dibujada la cruz templaria (ver fotografías adjuntas).
Por si las cosas no estuvieran ya lo suficientemente
complicadas de comprender, nos encontramos con una serie de puertas paralelas o
en serie, que comunican entre si a todas las capillas del mismo lado derecho
del templo, pues bien, cuando el observador se coloca en un extremo de dichas
puertas de acceso, lo que ve al final de las mismas es ¡el reflejo de su propia
imagen! Como si se tratase de una especie de puerta adimensional.
¿Qué conocimientos nos están legando los caballeros
templarios a través de estas evidencias? Ya para terminar, como no podía ser de
otra manera, en la capilla donde se halla la tumba del Gran Maestre Gualdim
Pais, nos encontramos con una esfinge de María Magdalena, en actitud de
custodiar o velar por el descanso del Gran Maestre ¿Otra casualidad?
Santa Ana con la Virgen María y Jesús en Brazos. Imagen
de María Magdalena custodiando el sepulcro del Gran Maestre Gualdim Pais -
Serie de puertas simétricas que reflejan la imagen del observador ¿una puerta a
otra dimensión?
De sobras es conocida la advocación que sentían los
caballeros templarios por la figura de María Magdalena, de hecho, en todos los
templos y construcciones realizadas por el Temple, la figura de María Magdalena
siempre ocupaba un lugar preferente. ¿Volvemos a creer en las casualidades?
Pero por si acaso se llegase a pensar que, con los
anteriormente dicho, se terminan los hechos enigmáticos existentes en la
Iglesia de Santa María de Olivais, habrá que recordar que en un tiempo pasado,
fue lugar de paso en el Camino de Santiago que va desde Portugal a Santiago de
Compostela, tal como atestigua la concha o vieira de peregrino que aún se puede
observar en el friso de la puerta del campanario.
Aunque si de hechos pasados enigmáticos se trata, tampoco
deberemos pasar por alto la gran necrópolis que se acaba de descubrir, y que
abarca el espacio que va desde el pórtico de la iglesia hasta la torre sineira
(campanario) y que, con más de mil esqueletos humanos, es una de las mayores
necrópolis de toda la península Ibérica, siendo destinado dicho lugar a campo
santo desde el siglo XIII al XVII.
Después de visitar la Iglesia de Santa María de Olivais y
comprobar in situ todos los comentarios e informaciones que habían llamado mi
atención, así como la inexcusable visita realizada al castillo-convento del
Santo Cristo, tenía claro que aquel viaje hecho expresamente desde Barcelona
hasta Tomar, bien había valido la pena.
José Luis Giménez Rodríguez