Los embates de la vida



Había una vez un campesino que, harto de que las cosechas no fueran como él deseaba, decidió pedirle a Dios que le permitiese a él mismo ser quien decidiese cómo y cuándo debían producirse los cambios climatológicos, ya que, de esta manera, conseguiría obtener las mejores cosechas.

Después de escuchar durante un largo tiempo las continuas e insistentes peticiones del campesino, Dios, decidió concederle sus deseos.

A partir de entonces, cuando el campesino necesitaba que sus tierras fueran regadas moderadamente, caía una lluvia suave y ligera; si precisaba de la luz del Sol, éste aparecía en el firmamento en todo su esplendor; si la tierra se resecaba, llovía con más regularidad. Y así, sucedía con todos los elementos de la Naturaleza.

Pero al llegar el tiempo de la recolección y apremiarse a recoger la cosecha, el campesino no salíade su asombro y estupor, ya que, al contrario de lo que había imaginado, fue un fracaso total.

Molesto y desconcertado por lo ocurrido, el campesino, se dirigió a Dios diciéndole:

—Señor, si he propiciado la mejor climatología que he considerado conveniente… ¿por qué la cosecha no ha sido buena…?

Cuando Dios escuchó las lamentaciones del campesino, le respondió:

—Tú me pediste poder disponer de la climatología a tu antojo, y así poder hacer lo que quisieras… pero al hacer esto, no estabas haciendo lo que mejor convenía… No pediste tormentas… y éstas son muy necesarias, puesto que, gracias a ellas, las aves y animales que puedan consumir las cosechas son ahuyentados. La tormenta, también impide que las plagas de los insectos la destruyan, a la vez que participa en la limpieza de la siembra.

El campesino comprendió que la Naturaleza es sabia, y que nada de lo que ocurre dentro de ella es baldío. Todo tiene un propósito productivo, aun cuando no seamos capaces de apercibirnos de ello.

Como puedes observar, estimado amigo, esta historia del campesino y la tormenta, viene a reflejar exactamente lo mismo que las personas buscan en sus vidas: que todo sea amor y ternura, y nada de problemas o dificultades.

Sin embargo, los problemas o dificultades, siempre van a aparecer en un momento u otro de nuestras vidas y, ante dicha situación, sólo cabe ser optimista. Para ello, no debemos ser ajenos a las dificultades, sino que hay que saber enfrentarse a ellas, sin temor. Puesto que es gracias a saber superar las dificultades que, las personas, adquieren madurez, haciéndolas crecer, y transformando la dificultad en una ventaja.

Por eso, a veces es necesaria una verdadera tormenta… y cuando se produce una en nuestra vida, debe servirnos para ayudarnos a comprender que la mayoría de las veces, nos hemos estado preocupando por simplezas, por un chubasco pasajero… por una tormenta de verano. No debemos huir de las tormentas, sino enfrentarnos a ellas, de la mejor forma en que seamos capaces de hacerlo, y confiar en que pronto pasarán, dejándonos una experiencia productiva.

 

(Del libro “La sangre del inmortal” de José Luis Giménez)